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Liniers: “Los gigantes existen, lo que pasa es que existen durante un ratito de tu vida”

Charla con el gran historietista e ilustrador argentino a propósito del cumpleaños número veinte de “Macanudo”, su fascinante universo de color, creatividad y pensamiento, y de la salida de “El fantasma del faro”, una novela gráfica de aventuras para chicos que creó junto a Angélica del Campo, su esposa

Lo conocemos por Enriqueta, Fellini, Martín, Olga, Madariaga, los pingüinos, los sombreros, el conejo (su alter ego) y los duendes, entre otras figuras. Lo conocemos también por su tono, su modo de hacer humor, por sus reflexiones ácidas y nostálgicas acerca de la tecnología y por su trazo único. Liniers es un creador y es un estilo; es arte, literatura, cultura y filosofía.

Su verdadero nombre es Ricardo Liniers Siri y nació en Buenos Aires, en 1973. Probó con estudiar Derecho y Publicidad, también Comunicación, pero su destino profesional lo esperaba en el dibujo, la historieta, la ilustración. Arrancó en fanzines y diferentes publicaciones, aunque en un comienzo rechazaban su obra, demasiado enigmática: le decían que no se entendía. Poco a poco se fue abriendo paso y llegó el turno de los grandes diarios, primero Página 12 y, desde 2002, La Nación. Pero Liniers ya es mucho más que una marca registrada argentina y sus creaciones se reproducen en medios de todo el mundo. Desde hace algunos años vive con su familia en Vermont, Estados Unidos, donde dicta clases universitarias de historieta latinoamericana.

Se cumplen veinte años de la creación de Macanudo, su universo experimental y creativo y -publicado por Penguin Random House- acaba de salir el volumen 15 de ese mundo singular pleno de color y pensamiento. Al mismo tiempo, La Editorial Común publica por estos días El fantasma del faro, una hermosa novela gráfica de Liniers y su esposa, Angélica del Campo -ambos conducen el sello-, que cuenta la historia de dos hermanas, una pequeña, la otra ya púber, que viajan con su padre de vacaciones y se instalan en una casa al lado de un faro en ruinas. Se trata de una novela que, a la vez que recupera lo mejor de la literatura de misterio y aventuras en la infancia, permite reflexionar sobre la muerte, la historia, la familia y la lealtad.

Semanas atrás, Liniers pasó por Buenos Aires y su presencia en la Feria del Libro fue uno de los hitos de una edición singular, que tuvo forma presencial luego de dos años de interrupción por la pandemia. Nuestra charla, en cambio, no fue presencial sino por zoom. Algo bueno: la pantalla no afectó el sentido del humor del gran creador, quien durante toda la charla se mostró chispeante, reflexivo, interesado y muy divertido. Hubo risas, muchas risas, algunas de ellas amargas e irónicas, durante la conversación que ahora, lector, podrás leer a continuación.

— Te voy a llamar Ricardo, ¿qué te parece? No te voy a llamar Liniers.

— Es como Batman y Bruno Díaz, viste: tengo la doble opción. A veces estoy luchando contra el mal y soy Liniers y cuando estoy con el comisionado de la ciudad, soy Ricardo Siri (risas).

— Yo no sabía que Liniers es efectivamente tu segundo nombre.

— Es mi segundo nombre. Mi abuelo se llamaba de primer nombre Liniers, porque venía de la familia del virrey. Era el menor de diez hermanos y supongo que se les habrán acabado los nombres para la altura que llegaron a mi abuelo y mi abuelo tuvo cinco hijas, y después mis tías tenían hijas, y yo fui su primer nieto y creo que a este pobre hombre le dieron el gusto. Y cuando empecé a firmar los dibujos, pensé que Liniers era mucho mejor que Siri, sin saber que Apple… Podría haber hecho un buen negocio.

— Te hubieras encontrado ahí con un buen negocio, exactamente.

— Me la perdí.

— Leía en una nota que te hicieron que cuando te levantás, mientras estás pensando, comés galletitas de chocolate. ¿Eso es así?

— No, para nada. (Muestra un paquete de galletitas)

 (Risas).

— Yo creo que es como la nafta. La nafta de Macanudo son las galletitas de chocolate. El chocolate hace que la galletita sea premium; si es sin chocolate es normal y si es algo que hace bien ya es común (risas).

— ¿Pero entonces estamos hablando de 20 años de rutina de galletitas de chocolate para pensar cada día?

— Sí. Sí, tengo un problema, Hinde, efectivamente. Tengo que aceptarlo, esto es una intervención, ¿no? Ahora vienen amigos y mi mujer. Esto era para decir “estás teniendo un problema con las galletitas de chocolate”.

— ¿Y cómo sería la reunión de los ‘galletita de chocolate adictos’ anónimos?

— Hola, mi nombre es Ricardo Siri. Hace dos días que no como galletitas de chocolate. (risas)

— Además, hace dos días que no hago Macanudo… Contame cómo es esto de 20 años de Macanudo. Es un universo muy rico al que se le fueron sumando a lo largo de los años distintos personajes y distintos tonos. Porque tampoco hay un tono único.

— Es que yo creo que la razón por la que sigue existiendo Macanudo es justamente por eso. Si yo hubiese hecho algo acotado a, no sé, voy a hacer chistes de oficina, o voy a hacer chistes sobre la relación de pareja, tarde o temprano te quedás sin material, es muy difícil. Por eso tipos geniales como Quino, o tiras como Calvin & Hobbes terminan por saturar. O sea, no tenés más por dónde meterte. En cambio yo la hice medio como alguien que escribe su diario. Según cómo me despierto, si tuve un sueño raro, si nos estamos mudando de país, todo va como codificado en duendes y pingüinos pero es una historieta donde simplemente pongo algo que me pasa por la cabeza en ese momento. También porque no sé nada sobre oficinas ni relaciones de pareja (risas). No puedo opinar mucho…

— Lo que aparece también es la literatura. Aparecen los libros, frases. En el Macanudo 15 hay una frase muy linda de William Blake que dice: “Ante los ojos de la imaginación, la naturaleza es la imaginación misma” y daría la impresión de que estos últimos años, con vos y tu familia viviendo en Vermont, en otro espacio, con la pandemia de por medio, la naturaleza pasa a ocupar un lugar importante en general para la humanidad y también para Macanudo.

— Sí. Es que Macanudo siempre tuvo una pata afuera digamos. Yo soy un bicho tan de ciudad que creo que idealizaba la naturaleza, entonces la ponía en un Macanudo. Si quiero dibujar algo lindo, prefiero dibujar un árbol antes que un edificio. Y ahora me mudé a la naturaleza y resulta que sí, es más linda. Y me mejoraron mucho los árboles, me mejoró mucho la manera de dibujarla en general. Con la pandemia de repente nos pusieron a todos en penitencia y no podíamos salir de nuestra casa… Yo cuando mis hijas se portaban mal las mandaba a su cuarto. “Usted se va a su cuarto a pensar. A pensar lo que hizo”. Y eso es lo que hizo la naturaleza con todos nosotros, “se van todos a su cuarto a pensar lo que hicieron”. Y, al igual que mis hijas, cuando salimos del cuarto no cambiamos nada, no pensamos nada.

— Pensábamos que íbamos a estar mejor, pero no cambiamos nada y casi que si uno se pone a pensar un poquito, no sé si no empeoraron algunas cosas en términos de la humanidad.

— Claro. Pero yo quería con la tira por lo menos algo como “salgamos a pasear”. Entonces, el período de Vermont fue mi período verde.

— Aparecen además muchos títulos clásicos, ¿te leían clásicos en tu casa, tenías clásicos en tu biblioteca?

— Es que eso era lo que leíamos nosotros cuando éramos chicos. Ahora existe toda esta especie de Young Adults, como los Harry Potter y todos estos libros pensados ya para lectores de 13, 14, 15. Yo leía Moby Dick¸ por ahí era una versión no de 1.000 páginas sino de 300, pero leía los libros que se habían escrito no para niños; leía a Charles Dickens y leía a Julio Verne, y eso era lo que era la literatura para niños, viste. Leías a Emily Brontë, qué sé yo. Es como que fue muy rica la literatura que nos tocó a nosotros. Yo igual envidio cuando voy con mis hijas a las librerías y si te gustan las brujas, tenés tres millones de libros de brujas, te gustan los magos, tenés tres millones de libros de magos, La guerra de las galaxias, yo con La guerra de las galaxias soy el tipo más feliz del mundo y ahora hay como… Pero ya estoy grande (risas). Suficiente con las películas.

— Ahora, en tus tiras y en el último volumen de Macanudo hay como una nostalgia de ese pasado, por un lado, pero por otro lado una excitación con lo que te puede ofrecer lo nuevo. ¿Dónde está parado concretamente Liniers en cuanto a la cuestión tecnológica?

— Es que todos pensamos que crecemos y que entonces aprendimos un montón de cosas. Pero si el universo tiene 13.7 billones de años y nosotros vivimos 80, somos nuevos todo el tiempo. Somos todos bebitos. No hay adultos, somos todos bebitos. Es que existimos un rato tan cortito que apenas por ahí aprendimos dos o tres cosas, y esas las comparto en la historieta. Y a veces es verdad que la novedad de los teléfonos, de la conexión tan directa, es interesante. Y otras veces detectás inmediatamente el peligro que viene con eso, lo deshumanizante que es. Hay mil casos, a mí me tocó de cerca saber de de gente que le hace bullying a chiquitos de 10 años sin darse cuenta de lo que están haciendo, pensando que están siendo graciosos cuando en verdad lo que estás haciendo es lastimando a un chiquito. Hay algo que parece muy de Las mil y una noches en la tecnología ¿no? O muy faustiano. Te dejan pedir un deseo pero tarde o temprano el deseo se vuelve una pesadilla. Parece que eso estamos descubriendo ahora todos con internet.

— Algo así como “tenés el mundo a tus pies pero a cambio -hablando del pacto de Fausto-, te piden el alma”, ¿no?

— Claro. Y mirá, imagináte que vas al pasado y lo traes en una máquina del tiempo a Einstein y le decís “mire señor Albert, ¿ve esto que tengo acá en el bolsillo? Tiene todas las enciclopedias del mundo, todas las pinturas del mundo, toda la música que se hizo, la cultura, la ciencia, está todo acá a un segundo”. Entonces Einstein te diría “Uy, son todos súper inteligentes, ¿no?” Y le decís “No, estamos creyendo de nuevo que la tierra es plana”, ¿entendés? Es contra intuitivo lo que nos está haciendo. Como que está todo y bueno, está la gente que decidió creer que hay demonios y que no sé qué. Entonces decís: bueno, es lo que hay.

— Claro, es un Aleph. Ahora, hay algo de la ironía contra la tecnología y un regreso importante a la imaginación. Y en esta oportunidad, además, estás presentando una novela que escribiste con alguien muy cercano y que es un relato que vuelve a cierta literatura tradicional y en el cual hay dos niñitas huérfanas de madre que empiezan a investigar casos, como pasaba en los libros de cuando éramos más chicos. Contame un poco del origen de El fantasma del faro.

— Angie mi mujer, Angélica del Campo, es muy, muy lectora, es la editora de Común conmigo, pero también es una persona que ama todo sobre los libros, todo lo que es ficción en casa se consume de manera muy bestial y Angie lee muchísimo. Pero es como una experta en literatura infantil, siempre lo fue. Y tenía esto como ahí metido adentro de que quería hacer un libro. Siempre está escribiendo y armando cosas. Y la idea era un poco hacer eso, un cuento como medio clásico con misterios, esos que leíamos cuando éramos chicos, por ahí más ella, con Nancy Drew. Nosotros por ahí los veíamos más en Scooby Doo. Y yo tenía ganas de algo con fantasmas porque me gustaba la idea de hacer un libro con fantasmas. Y empezaba la pandemia y estábamos todos encerrados y era “bueno, hagamos esto y, del otro lado de la experiencia, o tendremos un libro o tendremos un divorcio, quién sabe (risas)”. Tiremos los dados y veamos con qué nos quedamos del otro lado. Y, por suerte, la verdad es que los dos disfrutamos mucho porque creo que sentimos que estamos haciendo lo que nos gusta. Entonces, a mí me encanta que me llega todo medio armado como: “Dibujá esto” y yo, feliz, dibujo y no tengo que estar pensando… Lo único que hago es hacer de director de cine, pongo la cámara acá, pienso qué dibujo poner en esta cara, cuánto tardo en contar una escena, y ella me baja el diálogo, la historia y crea los personajes. Investiga el mundo. Porque hay también un laburo de investigación ya que, efectivamente, hay un tipo de piratería que eran hecho por piratas sin barco. Los tipos robaban las luces de los faros y los barcos encallaban en la costa y ahí ellos entraban y los robaban. Hecha la ley hecha la trampa, viste.

— Algo muy interesante que aparece en la novela es la relación de las dos hermanas. Vos sos padre de tres hijas, entonces evidentemente conocés bastante del universo femenino de las nenas y de las púberes, las nenas que ya no quieren ser nenas. ¿Se divertían mucho pensando en eso? Me da la impresión de que le pusieron como mucha garra a esa parte.

— Sí, inclusive esos choques de amor/odio todo el tiempo entre hermanas grandes y hermanas chiquitas, porque viste que se necesitan todo el tiempo. Hay un momento en la novela en que una la deja a la otra sola en la playa y se va. Y la deja y la otra se pone a llorar. En uno de esos momentos de tristeza que te hace pensar en cuando vos eras chiquito y por ahí el otro no pensó dos segundos. Sí, hay algo que tiene que ver también con la observación del alrededor que hace que uno pueda escribir personajes. Yo hay varios libros en los que bajás algo básico emocional o hasta un aura nomás de estos “personajes” que hemos hecho con mi mujer -los que dan vueltas por la casa- y lo transformas en algo, ¿no?

— Los fantasmas son habituales en tu obra. ¿Qué te pasa con los fantasmas?

— Es que me encantan, yo soy consumidor del mundo del terror desde chiquito. De fantasmas, vampiros. Ahora en Macanudo aparecen mucho dos brujas de las que me enamoré profundamente. Las disfruto cada vez que las dibujo a las brujas estas. Me da mucha felicidad. Y con las brujas aprovecho todo, aprovechás hombres lobo, y a Cthulhu de Lovecraft. Puedo meter cualquier cosa ahí porque las brujas habilitan eso. Nunca fui muy bueno para hacer algo de terror efectivo, no tengo el talento de generar una atmósfera de…

— De darle miedo al otro, claro.

— Claro. Este es un libro que tiene más que ver con aventuras que con el terror. No es un fantasma que necesariamente de miedo, digamos. Aunque siempre los chiquitos se asustan de cualquier cosa así. Pero a mí me gusta asustar niños igual eh. Yo estoy a favor… A los chicos hay que asustarlos un poquitito, que es divertido.

— Y ya que estamos hablando de una cosa monstruosa pero que no termina de aterrorizar, ¿cómo surgió Olga?

— Olga surgió… Cuando uno va al colegio, cuando está en primero, segundo, tercer grado -nos olvidamos ahora porque crecemos todos hasta una altura más o menos promedio-, pero cuando sos chiquito vivís con gigantes. Viste que siempre te dicen “no existen los gigantes”: es mentira. Los gigantes existen, lo que pasa es que existen durante un ratito de tu vida. Y el recreo para mí era como un lugar que te mandaban a El señor de las moscas (N. de la R.: novela de William Golding que tuvo dos versiones cinematográficas); ibas a un lugar así como afuera y estaban todos estos gigantes de séptimo grado pero al lado tuyo eran el doble de tamaño, y yo salía medio aterrorizado. Además, en un recreo son todos chicos gritando y corriendo, es como un manicomio. Y entonces me llevaba un muñequito de Han Solo en plan protección. Y haciendo memoria de esa sensación de mi muñequito de Han Solo que me protegía me apareció un chiquito que se llama Martín y con un monstruo, porque para Han Solo tenía que pagar derechos y no tenía plata para darle eso a George Lucas, entonces, bueno, puse un monstruo. Y era un monstruo azul. Un monstruo azul con dientes puntiagudos. Y, bueno, ¿cómo se llama el monstruo?, y lo que pensé en el momento fue Olga, sin pensar, no conozco a ninguna Olga, no fue un homenaje a nadie en particular, sino “ah, bueno, se llama Olga”. Pero pensé voy a dibujar 10, 15 tiras con un bicho que solo dice “Olga”, no me da muchas opciones. Y hace 15 años que dibujo a Olga sin parar y que es el que más me aparece en tatuajes y lugares extraños.

— Hace pocos días se cumplió un nuevo aniversario del primer Ni una Menos. En aquella oportunidad, un grupo de mujeres te pedimos a través de Florencia Etcheves que nos ayudaras a difundir lo que pensamos que iba a ser una convocatoria más, y no lo fue. Esa vez respondiste inmediatamente con una Enriqueta con el cartel de Ni Una Menos que se convirtió en un símbolo muy importante para todos. Contame un poco cómo recibiste ese pedido en ese momento, cuánto tiene que ver tu respuesta con que sos papá de hijas mujeres, cuánto tiene que ver con tu propia mirada sobre el tema de la violencia sobre las mujeres.

— Sí, eso no me voy a olvidar nunca: estábamos de viaje con Kevin Johansen, estábamos haciendo unos recitales en Barcelona y yo estaba en el cuarto del hotel y me llegó el pedido de Florencia y le digo obviamente que sí porque me parecía que era una marcha importante. Y entonces hice el dibujo para que los que leen Macanudo y me siguen en Twitter se enteraran de que estaba la marcha y fueran. Pero mi fantasía era que los que tenían Macanudo iban a leerlo y listo, no que se iba a transformar en lo que se transformó. Después, cuando fui a la marcha al año siguiente había vinchas, gorros, banderitas, estaba Enriqueta por todos lados. Que uno pensaría como dibujante que eso es a lo que aspiramos: que un laburo que hacés repercuta de una manera muy fuerte y decís “ah viste, ese dibujo lo hice yo”. Pero con este dibujo tengo una relación muy compleja porque es un dibujo que odio haber tenido que hacer. Digamos, es un dibujo que no disfruté, no disfruté dibujándolo, no disfruté haciéndolo y no disfruto cuando lo veo. Cuando lo veo siempre está en contexto de algo horrible… Este tema es como sacarte la anti lotería, ¿no? Porque el infinito por ciento de la gente es buena pero si una persona que querés se saca la anti lotería se cruza uno de estos monstruos que le dijo que la quería y después la mata. Entonces tengo esa relación muy compleja. Creo que fue un dibujo que funcionó para lo que queríamos que funcionara, que es que la gente se enterara de que pasa esto y de la marcha, pero nunca disfruto de verlo. Y, obviamente, teniendo hijas es el miedo que tenés, que alguna hija tuya se saque una anti lotería así. Pero no hace falta tener hijas, o sea, es la otra mitad del planeta. No necesito tener hijas para entender que no hay que matar gente o que no hay que golpear chicas. No hay que golpear a nadie, pero menos a alguien que le decís que la querés, por la traición que es eso, porque no esperan eso.

momento en donde la Argentina estaba al borde del abismo…

— Sí, no como ahora.

— No (risas).

 (Risas). Ya arreglamos todo por suerte. Pero en ese momento, contemos cómo estábamos en ese momento, hagamos memoria.

— (Risas). En ese momento vos intentaste buscar un costado, digamos, un poco más optimista para la pesadumbre general. Justamente lo que te iba a preguntar es cómo nos vemos 20 años después y cómo ves tu Macanudo 20 años después.

— Yo con Macanudo, sobre todo por ese momento, que veníamos de los cinco presidentes, Estados Unidos iba a invadir Irak porque sí, porque no tenía nada que ver con las torres, pero bueno. El diario era como una especie de cosa negra, de pesimismo, y yo sentí bueno, ya que me dan este espacio voy a ir contra la corriente y encontrar las cosas positivas. Como tratar de ser un periodista de lo chiquito, porque lo grande es la guerra en Ucrania, Israel-Palestina, y el Covid, y son todas cosas gigantes que nosotros en el fondo estamos metidos, no manejamos directamente. Pero ¿qué pasa cuando miras lo que está cerca tuyo? Tus amigos, que te vas a tomar un vino blanco un día que está fresquito y es lindo afuera. La familia con la que te juntas un día con los abuelos, los que los tienen. Entonces, trataba de ser periodista de lo chiquito, ¿no? De sacarle punta al lápiz, el olor que tiene la punta del lápiz te hace acordar a cuando eras chiquito. Esa idea sola dije “ah, viste, ya está, me sirve. No necesito ni que sea graciosa, que la gente se acuerde de que oler la punta del lápiz te pone de nuevo en segundo grado”. Y entonces la manejé así, la manejé siempre así, el espacio optimista de Macanudo. A veces no se puede, a veces es un Macanudo irónico, a veces hay tiras mías que yo las veo y se nota que estoy enojado cuando las dibujo. Pero trato de ese costado mío ponerlo ahí y la acidez y el humor más oscuro sale con Alberto Montt cuando hacemos el show de stand up ilustrado, cuando hacemos los podcasts. Tengo el otro costado. Yo tengo el diablito y el angelito y según cómo me agarrás salen. Pero Macanudo trata de ser el angelito. Por lo menos lo intento.

— ¿Qué hay debajo de los sombreros de Liniers?

— Yo extraño los sombreros. ¿Por qué dejamos de usar sombreros? Primero ayuda mucho a los pelados, que es un problema que muchos hombres tienen -yo, por suerte, está ahí medio pegado todavía- pero era lindo porque antes tenías que sacarte el sombrero para saludar, era como…

— Era un gesto, claro.

— ¿No? El gestito de sacarse el sombrero. Me parece que debería volver. Por ahí fue eso lo que arruinó el planeta, la falta de los sombreros (risas).

— Claro, porque hay sombreros y hay bonetes, que no es lo mismo.

— Hay bonetes. Sí, es como algo lindo que fuimos perdiendo. Ahora hay caps (N. de la R.: gorras con viseras), la gente usa caps así como medio yanqui, lo uso bastante. Pero también el sombrero los sacaba del tiempo a los personajes, los hacía atemporales. Entonces, el dibujo, para empezar, no envejece tanto. Si estuviesen todos vestidos como nos vestíamos hace 20 años por ahí se nota, pero es un poco como cuando ves la película Brazil, de Terry Gilliam, viste que es el futuro pero están vestidos del pasado, pero…

— Sí, sí, sí, perdes noción del tiempo.

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— Claro. Y además hay algo como también esa especie de elegancia que te queda mal como el sombrerito, el moñito, cada vez quedan más ridículos y más queribles. Es lo de Chaplin básicamente. No se inventa nada nuevo.

— ¿El tema de tener que estar todo el tiempo pensando y creando te hace entrar en crisis muy seguido?

— Es que no pienso tanto (risas). Parece que pensás mucho porque se suman todas las tiras y decís “uy, hay muchas”. Pero es una sola idea por tira. No es tanto si uno piensa. Pensa que estás un ratito pensando en tu casa y ahí ya está, tuve la idea. Listo, ya está, se acabó. No tenés que tener ni una sola idea el resto del día. Hasta el otro día está bien. Tenés que sentarte un rato, dibujar. Pero ahí podés estar escuchando la radio, o viendo algo en televisión así mientras dibujás. Es verdad que cuando veo la sumatoria ya en 20 años hay más de 6.000 tiras, decís uy, qué significa todo esto. Pero no podría vivir de otra manera. Yo me aburro muy fácil y mi manera de desaburrirme es pensando. Me parece que vamos a tener un problema yo creo con estas generaciones de ahora que los chicos no se aburren, porque al segundo de que se empiezan a aburrir los padres les enchufan un iPad en la cara y se ponen a jugar y es como que desenchufan el cerebro. Pero no saben aburrirse. Y todos los trabajos aburridos del futuro no los va a querer hacer nadie te aviso… Creo que esto no lo arregla nadie, a eso quería ir. Todo el optimismo se fue a la miércoles.

— Te quería hacer la última pregunta, que son dos en realidad y es cuándo dijiste “quiero ser dibujante” y cuándo dijiste “soy dibujante”.

— Yo dije quiero ser dibujante cuando tenía 9 años y mi compañero de banco, Federico, se sentó y había hecho una historieta el fin de semana. Dice mira lo que dibujé yo el fin de semana. Y ya juntos los dos leíamos Asterix y leíamos Mafalda y nos pasábamos libritos. Entonces eso fue como “ah, la hiciste, la podemos hacer nosotros”. Y ahí empezamos los dos juntos a dibujar La guerra de las galaxias y todo. A los 10 años yo sabía qué quería ser, me conocía bien. A los 18 años no tenía la menor idea quién era, las hormonas o vaya uno a saber qué, y me anoté en Derecho y después me anoté en Ciencias de la Comunicación y Publicidad. Y en algún momento a los veintipico dije no, todas las decisiones estas que estoy tomando no me gustan. Y me anoté en un taller de dibujo de Pablo Sapia, que era uno de los dibujos de la revista Suélteme que estaban todos mis héroes ahí, estaba SapiaPodettiDiego Parés, colegas que también publican, Dani the O, inolvidable, y entonces ahí como que me reencontré con la historieta y anulé el plan B, o soy historietista o nada, o pido plata en la calle. Porque fue como el momento Robocop, viste cuando en Robocop hay una lucecita roja que va dando vueltas por todos lados y de repente se pone roja y ahí va Robocop, bueno, ahí dije tengo que hacer historieta y nada más que historieta ante la mirada de perplejidad de mis padres. Pero funcionó, increíblemente (risas).

— Lo último. ¿Se van a quedar a vivir en Estados Unidos o van a volver?

— No sé, porque yo dos años antes de ir a Estados Unidos no se me pasaba por la cabeza. No sabía ni qué era Vermont. Entonces, de acá a dos años no tengo la menor idea. Sé que uno en algún momento empieza a medir su vida desde el punto de vista de los hijos y que la infancia de mis hijas en medio de la naturaleza, en un lugar de mucha tranquilidad y… van los chiquitos y dejan las bicicletas tiradas en la entrada del colegio y viste, no desaparece ninguna. Tener Nueva York ahí a un viajecito en auto. Tener Nueva York donde está Rosario tampoco está mal. Así que por el momento estamos ahí. No me imagino viviendo toda la vida en un pueblito de 2.000 habitantes en medio de la nada pero es un momento que estamos disfrutando mucho. Me empezó a ir más bien de lo que me hubiese imaginado acá con shows con Kevin y tal, pero también me empezó a ser medio la tontería de la fama viste, como ay, te llaman de tal lugar y no sé qué y ay, vos sos Liniers. Y eso era divertido diez minutos y después es medio pavote. Entonces estuvo bueno irnos a un lugar donde nadie tiene la menor idea. Vos decís quién sos. “Ah, soy Liniers”. Y te miran con cara de “¿Eh?, tu nombre no me dice nada, explicate, Liniers”.

— Y eso te hace bien.

— Sí. Sí. Y es una buena vida.

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